Época: Renacimiento1
Inicio: Año 1400
Fin: Año 1500

Antecedente:
El arte en la sociedad renacentista

(C) Victor Nieto y Alicia Cámara



Comentario

El protagonismo del artista y su orgullo de creador se plasmó también en los autorretratos que, en ocasiones, incluyeron entre los personajes de sus obras. Mirando al espectador, a modo de nexo narrativo entre la historia contada, el espacio real y el espectador, se autorretrataron artistas como Benozzo Gozzoli o Mantegna. Pero también el autorretrato aislado de Ghiberti en las segundas puertas del Baptisterio de Florencia es casi un manifiesto del nuevo artista que une su nombre a la fama de su obra.
La transformación artística que tiene lugar a lo largo del siglo XV, no fue solamente un proceso de carácter formal, sino un cambio radical de las funciones y formas de funcionamiento que asume la obra de arte derivadas de las nuevas relaciones que surgen entre artista y comitente. Es evidente, según hemos señalado, que sin una libertad de movimientos como la que tuvieron Leonardo o Miguel Angel, la obra de estos artistas se habría visto anclada en las limitadoras perspectivas de una organización artística gremial. A diferencia del sistema de la tradicional relación entre artista y comitente y de la rígida organización gremial, la actividad del artista se desarrolla desde unas nuevas perspectivas en relación con las cuales se producen no pocas de las experiencias y novedades plásticas del arte del Quattrocento.

Como es lógico, este proceso conlleva una nueva valoración de la figura del artista, sin embargo, no debe olvidarse tampoco que es debido a la orientación clasicista del arte a lo que se debe la transformación del artista de artesano mecánico, apegado al oficio, en artista que ejercita una profesión liberal. En una época en la que la Antigüedad se convierte en un mito y un modelo cultural, el arte de los antiguos asume un nuevo protagonismo que le acerca a la estima de que disfrutaban la literatura, la poesía o la música. Las esculturas y los monumentos antiguos, al convertirse en modelos de un mito presente y permanente tuvieron, por extensión, su proyección en el hecho de que los arquitectos, los escultores y los pintores alcanzasen una nueva valoración.

Ha de tenerse en cuenta que la formulación del nuevo lenguaje renacentista se planteó en sintonía con una serie de transformaciones importantes de la sociedad. Al igual que el artista, recuperador de las glorias de la Antigüedad, asume un nuevo papel, el arte encarna nuevas funciones para los mecenas. Las obras realizadas por éstos asumen un papel de ostentación, de prestigio, de gloria y poder hasta el punto de que su imagen no se desarrolla plenamente en la sociedad sin el apoyo que producen para su imagen los edificios y monumentos por él realizados, los programas decorativos que emprenden y las colecciones de objetos y obras de arte que reúnen.

El Quattrocento fue uno de los períodos en los que se produce una identidad más estrecha entre los gustos e inclinaciones artísticas del mecenas y los desarrollos plásticos llevados a cabo por los artistas que trabajaron a su cargo. En este sentido, como tendremos ocasión de analizar más adelante, las cortes constituyen un ejemplo elocuente de la diferenciación estilística que provoca esta situación marcada por una fuerte competencia. Desde el refinado modelo ideal del entorno cultural de los Médici, pasando por el clasicismo romano o milanés, hasta llegar al sincretismo ecléctico de los artistas y tendencias que se desarrollan en la corte de Federico de Montefeltro en Urbino.

Durante el siglo XV en Italia hace su aparición un nuevo tipo de mecenas como consecuencia del individualismo que introducen los importantes cambios que se producen en la economía. Política, economía y producción artística, como signo y valor de imagen y representación, se hallan íntimamente unidos. Hasta el punto de que, en determinadas ocasiones, el arte se entiende como actividad y una proyección que persigue fines no solamente estéticos sino de empresa: políticos, económicos o diplomáticos. De ahí que el arte pase a convertirse en un nuevo instrumento al servicio de unas exigencias radicalmente distintas a las que habían promovido su desarrollo en la época preexistente.

La diferenciación estilística de las empresas, los artistas que trabajaron para un determinado mecenas, la calidad, número y orientación de las obras que componían una colección, se entendieron como el sello del comitente y como uno de los rasgos de identidad para definir su imagen. Ello determinó que estos programas artísticos cumplieran unas funciones que, en ocasiones, se entendieron como una empresa. En relación con este fenómeno aparentemente parecen estar en contradicción algunos aspectos que fueron objeto de crítica en la época, como es la calificación de lujo y dispendio innecesarios con que se juzgaron muchos de estos programas artísticos. Sin embargo, esta idea se corresponde más con una mentalidad conservadora que con la de los hombres que llevaron a cabo estas empresas artísticas. Como se ha notado, estos programas fueron realizados mediante el flujo de dinero de nueva formación y no con el procedente de viejas fortunas. De hecho, existió una correspondencia directa y evidente entre el nuevo hombre de empresa, los nuevos rumbos y beneficios de la economía y los nuevos programas artísticos.